miércoles, 8 de febrero de 2012

Ella



La hallé en mi cama aguardándome
con el rostro sin mirada,
perdida en las sombras de la esquina
que se confundían con las telarañas
que rebotaban de punta a punta
en ese cuarto viejo y sin limpiar,

allí hizo su espacio
y sin preguntar se recostó
sin querer descansar
solo por el placer
de robarle espacio a mi comodidad,

sin aparente propósito
guardó mis libros favoritos
debajo de su vientre
y los mojó con el sudor
de sus lágrimas cansadas
de tanto brotar y secarse,

desesperó mis sábanas al punto
que le salieron arrugas
y sobre ellas las marcas hundidas
de sus nudillos bañados de ollín,
corroídos de tanto golpear al viento;

Allí estaba inerte
semi muerta en un valle de dolor,
el desierto le brotaba de su boca
llenando de arena mi almohada
con la imprudencia de un volcán vivo
y dispuesto a destruir todo a su paso
destruirme sin mediar palabra;

La observaba sin querer,
por curiosidad, sabiendo que no debía
pero su estocada de muerte
era la belleza suprema del dolor,

afloraban de sus labios las espinas
y su mirada evocaba la soledad
era morbosamente atractiva
como un animal muerto
en medio de la ruta del olvido;

La hallé sin vida y pálida
pero seductora como el buen vino
aguardando que la bebiera por completo
lo que ella desconocía
era que había renunciado a sus encantos
pues una vez había caído en su nido mortal,

la miré cual despojo a despreciar
y di un paso atrás, cerré la puerta y me fui,
allí quedó la depresión burlada
aguardando que alguien más se acercara
y durmiera otra noche junto a ella,
inundado de su aberrante aliento de maldad.

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